
A mi soledad frente al vidrio,
frontera entre frío y chimenea,
se acoge el gato, y estira
su mejilla de algodón limpio,
armando con mi mano
una caricia.
Acodando su plumosa almohada
en mi regazo,
oculta sus delicados guantes
bajo el pecho,
y eleva a Dios un ronroneo de plegaria,
máxima alabanza,
de una garganta de gato satisfecho.
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